sábado, 19 de noviembre de 2016

Percusión urbana

Los cortes marcan el ritmo. La polifonía de la percusión urbana tiene límite. Un pájaro trina antes que el concierto comience. Serán tres canciones al palo. Diego Gosiker dirige a sus alumnos. Trece tambores de hojalata que regalan música. La pulsión es esencia imposible tocar sin que el cuerpo se involucre. De una van a apareciendo las sonrisas. Las piernas se mueven, los músculos se distienden y el público se olvida que es pública. Disfruta. Sacude las malarias y baila. Chiquito. En el lugar. Pero baila. En un recital siempre hay una canción que suena de puta madre. En este caso, es la segunda. Cuando esa belleza ocurre los músicos bailan, juegan, se divierten y la fiesta crece. Por eso, no es extraño ver cómo dos pibas saltan y bailan en la vereda de enfrente. A los pies del Mamba, que acaba de recibir dibujos de Picasso. El arte mirando al arte. Eso ocurre en esta muestra Lacamera. Otro corte. Otro ritmo. Otro redoble. Recién caigo. Saber percibir los silencios es el arte de hacer música.
                                                                                                            Carlos Frías.
                                                                                         
 

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